Niños mutantes.


Niños mutantes.




    "horribles voces idiotas de dibujos animados /     animalescas voces idiotas de dibujos animados
    mientras gime el viento marino /     y los barcos de turistas /     se acercan con su necia sonrisa

    30/10/81 /     Seattle, Wa. /     Sam Shepard"


La identidad territorial de Valparaíso es un texto que ha sido escrito en secreto. Existen esferas de poder subterráneas que siembran en esta región una autoridad y un oficialismo siniestro: podemos enumerar, por ejemplo, ex-alcaldes pedófilos como la Gorda Pupy, capitanes de pacos sádicos y abusivos como el Capitán Crespo, agentes culturales vendidos y traidores como cierta sociedad de escritores de Valparaíso. Gran parte de la historia de esta ciudad ha sido escrita por sujetos peligrosos.
Sin embargo, sabemos que la identidad territorial de este puerto existe en el margen, que es definida por las formas de producción y trabajo en la región, como lo son por ejemplo, la actividad portuaria o el comercio ambulante, actividades que las autoridades políticas intentan a toda costa, si no son capaces de capitalizar, hacerlas desaparecer.

Este  territorio lo podemos comprender como una frontera, entre la práctica política oficialista donde se busca llenar la ciudad de discos, pubs, y un amplio mercado de carrete y pachanga; y la práctica territorial y popular real enmarcada en la cotidianidad de los habitantes que intentan sobrevivir en este pueblo.

Valpore puede ser leído como parte de este texto escrito a oscuras, un tercer espacio que se encuentra entre la política oficial y la resistencia. Este espacio tiene que ser, por necesidad, violento.

En Valpore no encontramos un retrato porteño, una historia basada en el imaginario que existe en esta zona, ni un paseo folclórico por los lugares turísticos a los que estamos acostumbrados. El relato acontece en una región intermedia, entre la realidad y la pesadilla, sin ser necesariamente una ficción y sin ser necesariamente un reflejo de la realidad.

El relato de Gaete nos recuerda ese momento de Apocalipsis Now, donde los Sea Harrier bombardean napalm sobre la selva del Vietcong, el retrato de una isla, en donde la estructura social no puede seguir mintiéndose a sí misma y termina por desmoronarse. Valpore es el perfecto escenario para una película de zombis, o un relato que hable del horror del post apocalíspsis, inviernos nucleares, desastres ecológicos.

Podemos encontrar ciertos componentes en esta novela que nos permiten darle al texto un sentido premonitorio. ¿Qué va a ser de Valparaíso en un tiempo más cuando finalmente cierren todas las escuelas  y los pequeños centros culturales sean allanados por la policía y se llene el borde costero de centros comerciales, Starbucks y Macdonalds? El único atisbo de dignidad que tiene esta ciudad, que es en parte el trabajo subterráneo de ciertos grupúsculos políticos, puede desaparecer en cualquier momento.

En Valpore, los personajes adultos carecen de dignidad, están sumidos en la derrota, tanto física como moral. La violación de menores es relatada sin ningún dejo de culpa. Es cosa de recordar ese pasaje en donde el padre del Pulpo llora porque no podrá violar a la pequeña niña francesa, y el lector puede, incluso, compadecerse de esta pena que sobrecoge al personaje. Podemos sentir esa misma impasividad ante el horror que leemos en el relato El capote, que aparece en Barrio Bravo de Luís Cornejo, los actos de violencia y degeneración son vistos desde una carga valórica inversa.

De la misma forma, la violencia en Valpore conecta con la poesía cuica de $hile, donde Los Sea Harrier de Maqueira sobrevuelan los cerros, bombardeando la periferia con todo el poder fascista de la dictadura. El jefe de narcóticos de Valparaíso, interpretado por Gary Oldman,  hará uso de todo el poder pinochetista para restaurar la dignidad burguesa perdida. Sin embargo, todo esfuerzo policial o militar en Valpore es inútil.

Por otro lado, tenemos los personajes niños, o adolescentes mutantes, alrededor de quienes gira la trama. Engendros que cruzan Valpore como si fuese una isla desierta o un desierto radiactivo. Ajenos a toda regla, podemos leer en ellos a los niños del Señor de las Moscas, de los cuentos y comics de Harlan Edison (como Vic and Blood), los chicos terribles de Jean Coucteau, los niños profundamente bellos de Miyasaki y el estudio Iblip, los niños brujos de Manuel Rojas revolviendo el caldero, a Finn y Jake de Hora de Aventura caminando adentro de una cabeza abierta, el proyecto Les Enfants Terribles aparecido en Metal Gear; entre otros. En Valpore, los niños mutantes representan tanto una sociedad alejada y destruida por sus propias instituciones, tal como sucede en los relatos que hablan de un mundo que ha sobrevivido a duras penas a una gran y terminal guerra económica. El pulpo, la madre, los niños que no tienen nada en la cabeza, ni siquiera sangre; caníbales, violadores, que se enfrentan a la policía en este cerro imaginario, cruzan el desierto que es el relato sometidos a la crueldad, símbolos de la voluntad y la supervivencia.

Indudablemente hay un nexo con la tradición de Lamborghini y César Aira,  la violencia hacia o desde los niños mutantes replica y denuncia un discurso burgués que tiene como centro el abandono. El abandono institucional o por parte del estado, es el signo que podemos ver tatuado en la historia de $hile. Es cosa de recordar temáticas como la educación o la salud. O recordar el 2011, pacos disparando a chicos con uzis; las jornadas, las largas e interminables jornadas de resistencia en el Liceo Eduardo de la Barra, las comisarías llenas de secundarios, secundarias en blindados policiales siendo manoseadas, la policía restregando sus vergas contra su cara. Las denuncias de acoso sexual se acumulan, van en aumento y la autoridad, finalmente, las ignora.

Por lo tanto podemos leer a Valpore como un relato que se encuentra unido a otros textos, literarios o territoriales, podemos leer aquella dualidad que existe en el Fiord de Lamborghini, un hilo político y un hilo sexual. Ambos componentes construyen el barroquismo en Valpore, o los signos del apocalípsis, un relato escrito a brocha gorda, una pornografía territorial culta, pero explícita. El sexo en Valpore es un festín del odio, en donde los niños mutantes se culean como condenados a muerte para seguir pariendo nuevos estados de terror social. En Valpore podemos ver cómo nace o se construye una casa mutante, producto del paraguas prensado, o como la madre da a luz a una caja de vino.

El nexo que existe en Valpore con el cine es un tema para conversar otro día, sin embargo tenemos este lazo  inevitable en trabajos audiovisuales contemporáneos, el relato del Pejesapo de José Luis Sepúlveda puede acontecer perfectamente en las quebradas de esta isla. También podemos ver retratado este imaginario territorial en el trabajo de Raúl Goycolea, fotógrafo  autor de la exposición fotográfica “La Isla”, proyecto que nace de un vagabundeo obsesivo por los callejones de Valpore, y que recoge esta violencia en el cotidiano de niños y adultos.

Este puerto, entonces, es y será fruto de la reproducción de sus políticas corruptas, una ciudad huérfana, condenada a un invierno nuclear y a niños mutantes en el gran incendio de Valparaíso.

John uberuaga