La policía

La policía

1

la primera vez que me topé con la policía yo tenía 16 años. Fui a una marcha en Valparaíso, un 21 de mayo. Había muchas personas y no conocía a nadie. Me quedé mirando entre la multitud, no tenía idea que pasaba ni porque lo hacían. Era un puñado de cabros y cabras salvajes gritando, de distintos liceos. Llevaban carteles, lienzos, muñecos de género, banderas rojas y negras. No recuerdo que presidente había entonces. Un gánster probablemente. Nos encerraron a la altura de plaza victoria y nos metieron a todos en un carnicero verde antiguo. Ya no se ocupan ahora, eran como un camión de helados. Nos sentamos en unos bancos de fierro. Había una pequeña luz que entraba por una ventana, pero no podíamos hablar y con suerte nos veíamos las propias manos.
Nos separaron en dos grupos, hombres y mujeres. Después nos dividieron entre mayores de edad y menores de edad. Terminé con otros secundarios en la comisaría de barón en una pequeña jaula helada, con un banquillo de madera y el piso lleno de aserrín mojado. En las paredes habían dibujado nombres, ojos, corazones, genitales. La policía nos quedó mirando del otro lado de la jaula sin decirnos nada. Me quedé callado en un rincón, pero los cabros más cuáticos gritaban y se aferraban a los alambres de la celda. Otros estaban llorando. Eran de distintos colegios, porque todos tenían corbatas diferentes. Nos preguntaron el nombre, el colegio, el rut, el número de teléfono. Un policía muy joven, que más bien parecía un compañero de curso, trajo unas escobas y unas palas y nos dijo que nos dejarían ir porque nos habíamos portado bien, pero antes debíamos limpia. A mí y a otro cabro de quien nunca supe el nombre nos llevaron a un pequeño patio cuadrado y nos pasaron unos platos grandes de plástico. Adentro había pedazos de carne cruda. El policía abrió una jaula de donde salieron unos pastores alemanes totalmente adultos. Se nos acercaron moviendo la cola y les pusimos la carne y el agua en sus platos. Mientras estábamos en eso, el policía a nuestras espaldas hizo un sonido con la boca, o un gesto, no lo recuerdo. Los pastores alemanes inmediatamente comenzaron a ladrarnos como ningún animal me ha ladrado en la vida. Caí de espaldas y la carne cayó sobre mi pecho. El policía a mis espaldas volvió a hacer un gesto o un sonido y los perros quedaron mirándome en silencio.
2
Cuando tenía 20 años estaba tomando en la playa el sol con unos amigos. Siempre la policía pasaba diciéndonos que nos fuéramos. A lo más nos tiraba el ponche de durazno, las cervezas, el pisco o el vino en la arena y listo. Esta vez nos metieron en una micro llena de personas que estaban bebiendo en la calle. Parecía un asado o el cumpleaños del dueño de una botillería. El bus avanzó por todas las playas que hay hasta las salinas. Cada vez que paraba metían más gente borracha adentro que maldecía, se quejaba o vomitaba. Algunos gritaban que les devolvieran el copete.
La micro se detuvo frente a la escuela naval y un policía nos dijo que aquellos que eran hijos de los marinos de esa población podían bajarse con una advertencia. Al resto nos llevaron a la comisaría de 4 norte con 4 oriente. En el camino traté de conversar con la gente que me rodeaba; había una pareja al lado mío y yo les sonreí. Pensé hablarles de la mala suerte o preguntarles que estaban tomando. Pero la chica se asustó mucho y se apretó contra su pareja y se puso a llorar.
Nos quitaron los encendedores, los cigarros, las billeteras y los cordones de los zapatos. Nos metieron en una en una pequeña jaula helada, con un banquillo de madera y el piso lleno de aserrín mojado. En las paredes habían dibujado nombres, ojos, corazones, genitales. La policía nos quedó mirando del otro lado de las rejas sin decirnos nada.
Era muy de madrugada cuando nos soltaron. A la salida de la comisaría de viña estaba esperándome F, uno de los amigos con los que había estado tomando. F es un sujeto de aquellos que no paran nunca de hablar. F estudiaba para profesor de educación física en aquel momento. Siempre había querido ser policía o militar. Me invitó a su casa, porque era tarde. En ese momento me pareció una excelente idea. En su pensión cocinamos unos fideos blancos y F solo hablaba de su odio a sus compañeros comunistas, hablaba de un tío suyo que había estado en el asalto a la moneda y que había dejado escapar a la secretaria de allende. Hablaba de como su tío se arrepintió hasta el día de su muerte haberla dejado escapar tan fácil. F es como una locomotora hablando, cada vez que calla puedo oír la ciudad en el fondo, incluso puedo escuchar el mar. Pero luego vuelve a hablar. Recuerdo que hubiera deseado pasar la noche en el piso del calabozo.

3

Una vez perdí mi carnet de identidad. Lo perdí cuando tenía que sacar mi carnet estudiantil, y para ello me pedían un comprobante de extravío timbrado por carabineros. El policía que me atendió me dijo su nombre (que ya olvidé) y comenzó a contarme como había terminado en ese puesto administrativo. Me habló por horas, mientras yo lo miraba sin decirle nada sentado en el mesón. A él lo habían entrenado para trabajar en radio y comunicaciones. El policía decía que si tiraban una bomba atómica en Santiago, carabineros tenía la capacidad de mantener comunicado a todo el país. Él se quedaba en el turno de noche recibiendo llamados de emergencia. Pero en ese entonces el policía estaba pasando por una ruptura amorosa y a cada persona que lo llamaba, si le daba tiempo, les contaba lo que le ocurría. Porque sentía mucho dolor.

4

Con P llevábamos una mochila llena de libros cartoneros y nos pusimos a venderlos en pasaje lastarria, en santiago. A la media hora estábamos presos en una comisaría muy bella y antigua. Probablemente sea un edificio patrimonial. Nos metieron en una pequeña jaula helada, con un banquillo de madera y el piso lleno de aserrín mojado. En las paredes habían dibujado nombres, ojos, corazones, genitales. La jaula quedaba en el estacionamiento del lugar y habían motos de policía reglamentarias y motos Harley negras. Un policía nos tomó los datos y nos dijo que no nos requisarían la mercadería pero que teníamos que dejar una muestra simbólica del material. Luego comenzó a describir en una hoja los libros que vendíamos. Eran libros cartoneros de muchos colores. Dejamos una versión pirata de Para ángeles y gorriones de Jorge Teillier y La piedra de la locura de Alejandra Pizarnik.

5

Una mañana del 2011 entraron un grupo de secundarios a la toma de la casa central de católica. Explicaron un complejo plan donde se tomarían un edificio de la municipalidad de Valparaíso. Recuerdo que todos se remataron de la risa excepto M, L, un tipo alto y yo. Así que fuimos de voluntarios a juntarnos con los secundarios a ver en que podíamos ayudar. Los cabros y cabras entraron cantando y gritando las consignas de entonces y en un momento el edificio de la municipalidad estaba lleno de lienzos y carteles. Recuerdo que unos chicos entraron en una sala de reuniones y dieron vuelta un tazón de azúcar en la mesa y escribieron la palabra libertad. Uno de los jefes del lugar empezó a tratar de dialogar y enumeró una serie de actividades que tenían que realizar ese día y que esta ocupación de espacios no los dejaría. Habló mucho rato sobre unos trámites en el cementerio y unos cadáveres que quedarían sin tumba si no nos íbamos. L dijo que esa conversación sería larga así que bajó a comprar cigarros. En ese momento entró la policía. Las fuerzas especiales hicieron un pasillo y nos hicieron pasar por el medio. Mientras caminábamos nos llovían palos, amenazas, empujones. Terminé con los secundarios en la comisaría de barón en una pequeña jaula helada, con un banquillo de madera y el piso lleno de aserrín mojado. En las paredes habían dibujado nombres, ojos, corazones, genitales. Me quedé callado en un rincón, pero los cabros más cuáticos gritaban y se aferraban a la malla. Nos separaron entre mayores y menores de edad. La policía nos quedó mirando del otro lado de las rejas sin decirnos nada. M, el tipo alto y yo nos miramos sin entender muy bien como habíamos terminado presos tan pronto. Nos dimos cuenta que no nos conocíamos y nos dijimos nuestros nombres. El tipo alto dijo que tenía sed pero que nos iba a alegrar el día un rato. Sacó del bolsillo un dado azul de 20 caras. Nos dijo que íbamos a jugar a "patada en la raja con uno de 20". El juego consiste en que el tipo grande tira el dado. Si sale un 1, todos le pegan una patada. Si sale un 20 él le pega una patada a todos. Jugamos un rato y en la noche nos soltaron y pudimos volver a la toma. Nos encontramos con L y lo molestamos por no haberse ido preso con nosotros. Pasaron los años, otras tomas y muchas marchas. L tuvo un hijo y se hizo músico y se fue a Santiago. M estuvo preso una cantidad absurda de veces, tuvo un hijo y se hizo fotógrafo. Yo también tuve un hijo. Una vez me enteré que el tipo alto del dado de 20 decidió quitarse la vida, una mañana del 2018.

6

Estamos en el mudo corazón del incendio. Es 11 de septiembre del año 2011. Son las 2 o 3 de la mañana. Los pasillos del edificio gimper están llenos de botellas, neumáticos, bidones con bencina, manchas de sangre. Un cordón policial nos tiene rodeados y cada vez que alguien pone un pie en la calle le disparan con todo lo que tienen. Los últimos capuchas que lograron entrar dicen que hay un zorrillo con un tirador en avenida brasil y que tiene un punto ciego. Ellos crearán una distracción por la puerta principal del edificio mientras otro grupo de cabros y cabras salen por la pequeña puerta de 12 de febrero y harán llover bombas de pintura sobre el vehículo. Estamos en el pasillo que da a la pequeña puerta. Frente a mi está la espalda de R. Tiene pequeñas botellas de vidrio llenas de pintura en los bolsillos. Detrás de mi está el Frankestein y el Hombre Lobo. Están llenando botellas con un líquido que huele muy fuerte pero no quiero mirar atrás. Si miro atrás me dará miedo salir a la calle. Escuchamos que los cabros y cabras abren el portón y salen en masa. Escuchamos disparos. Cada vez que suena un disparo suena un grito. R abre la pequeña puerta de la calle de 12 de febrero, salta a la calle e inmediatamente cae como si se hubiera lanzado de un quinto piso. Ni siquiera escuchamos el disparo. Está sangrando del cuello y entre el Frankenstein y el Hombre Lobo lo arrastramos dentro del edificio y cerramos la puerta como podemos. R dice que fue su culpa, que tuvo que haber sido más rápido. Nunca entendimos muy bien que pasó. Repasando después llegamos a la conclusión de que el tirador del zorrillo disparó a los cabros y cabras en la entrada del gimper, luego giró rápidamente y disparó al muro del edificio. El balín rebotó en el concreto y derribó a R justo cuando saltaba a la calle. El tirador se llama Claudio Crespo. Así lo conocimos. Muchos años después dejaría ciego a M. Gatica de un balazo. Y quien sabe a cuantos mas.

7

Meses después del 11 de septiembre teníamos clarísimo que iban a fulmigar el eje brasil en cualquier momento. Noches antes del desalojo hicimos una asamblea con otros edificios tomados para tener claro que harían. Todos decían que iban y podían resistir. Cuando llegó la hora, la intendencia de valparaíso trajo un pelotón entero de policías. Nosotros habíamos dibujado planos y pensado en planes complicados. Habíamos cerrado todas las salidas del edificio con alambre y escombros. Pelearíamos piso por piso, usando de barricada las sillas, mesas, basureros, máquinas de café, plantas de plástico, estantes de libro, botellas de plástico y de vidrio, cascos, maceteros, guantes de construcción, neumáticos y mucha bencina. Cuando llegáramos al piso 12 saltaríamos al vacío. El desalojo comenzó a las 2 de la tarde un día que pudo haber sido miércoles o jueves. En el edificio habíamos como 5 personas, el resto estaba almorzando, o caminando, o lejos. Recuerdo que habían dejado una caja llena de gatitos bebes, y los estábamos regalando en la puerta. Cuando nos rodearon logramos entrar y cerrar por dentro. Algunos cabros y cabras suben a pisos de arriba del edificio. Yo me quedo frente a la puerta. Tengo las llaves del candado y las cadenas en bolsillo. A mis pies tengo una caja de cartón llena de gatos bebés maullando por comida. Afuera del edificio la policía comienza a golpear la reja del edificio con un ariete. Puedo escuchar como controlan la respiración para golpear con más fuerza. Saco las llaves de mi bolsillo y les digo que vamos a abrir. Aún no me perdono por haberlos dejado entrar. Nos rendimos le digo al policía que entra. Tiene una armadura de cuerpo completo y un casco de guerra. Avanza hacia mí y me pregunta que cuantos somos. No para de mirar todas las ventanas y todas las cornisas de todas las salas, que días antes estaban llenas de demonios. Detrás de él entra un tropel de policías marchando. Nos metieron en pasaje talcahuano, nos dejaron sentarnos y al rededor colocaron todas las sillas, mesas, basureros, máquinas de café, plantas de plástico, estantes de libro, botellas de plástico y de vidrio, cascos, maceteros, guantes de construcción, neumáticos y mucha bencina. Recuerdo que solo CH se quedó escondido en el edificio. A la noche siguiente, cuando la policía recorría el lugar, los pastores alemanes lo encontraron escondido en un armario del piso 9.

8

Salimos vivos del edificio gimper, y nos reunimos a conversar cual sería el siguiente paso. Obviamente, nadie sabía qué hacer, más que intentar recuperar el eje brasil por la fuerza. De noche, nos tomaríamos cada uno de los edificios de esa calle y esta vez no los soltaríamos. Nos agrupamos en la facultad de psicología. El objetivo es la facultad de ingeniería que está en frente. Somos 100 aproximadamente, siempre pensamos que seríamos más. Cuando los espías en la calle dan la señal, corremos al edificio. Esa noche habían contratado seguridad privada para resguardar todos los puntos importantes del eje brasil. Sobre como entramos y que pasó esa noche, no puedo hablar acá. Solo diré que fue rápido. Cuando todo terminó, estábamos cansadísimos. Habilitamos una sala para dormir y no supe de nada hasta la mañana siguiente. Desperté porque habían convocado una marcha justo afuera de la facultad. Llegaron secundarios y prendieron barricadas. Bajaron desde el Liceo Eduardo de la Barra, porque pensaban que luego de tomarnos el edificio el desalojo sería de inmediato. Pero la policía llegó cuando ellos se fueron. Recuerdo que estaba en la azotea del edificio mirando la calle. Al lado mío el Frankesntein y el Hombre Lobo fumaban marihuana cuando sentimos la sirena. Bajamos corriendo para intentar irnos antes que entrara la policía. Para ese entonces ya quedábamos no más de 14 cabros y cabras en el edificio. Llegamos al portón pesado de la entrada y vimos un par de antenas planas, como las antenas de una cucaracha gigante y horrible entraban bajo la pesada puerta de acero. Las antenas subieron y la plancha de acero se convirtió en una hoja de papel mientras volaba por el aire. Los cabros y cabras corrieron en estampida buscando refugio en los pisos de arriba del edificio. Yo, el hombre lobo y el frankenstein estamos cansados. Junto a algunas cabras y cabros nos damos por vencidos. No podemos seguir corriendo. Tenemos unos 10 minutos antes que la policía logre hacerse paso entre el laberinto de sillas y mesas que pusimos detrás del portón de acero. No tenemos ningún lugar donde escondernos o escapar. Alcanzamos a preguntarnos qué haríamos después. Ya nadie tiene un plan. La policía entra gritando y corriendo. Nos tiran al piso y nos esposan con unas tiras de plástico. El policía que está a cargo pregunta por el resto y yo respondo que no tengo idea. Es el mismo policía que entró al gimper, días antes. Me queda mirando y me dice "vos de nuevo?". G está cerca. Es una compañera de carrera y me grita "no le respondas nada!" luego grita porque el policía que tiene atrás le aprieta las esposas hasta dejarle insensibles las manos. Pasa una hora o dos mientras nos tienen tirados en el piso. Siento el peso de una bota en la espalda y me cuesta respirar. Trato de buscar a G, R, al hombre lobo o al frakenstein con la mirada pero solo veo los bototos de los policías revolviéndolo todo avanzando e incluso retrocediendo. Pasa tanto tiempo que incluso dormí un rato.
Cuando la policía termina de limpiar el lugar nos sacan de dos en dos. Al lado mío está V. Tiene los ojos y los labios hinchados como si hubiera estado llorando. Ha estado tomando peyote durante semanas con Z. Z no está en ningún lado. Había dejado de tomar sus medicamentos y desapareció. V se pone una capucha, tiene miedo que la dejen en la micro de las mujeres. La policía ni siquiera nos mira y no se dan cuenta que V es mujer. Nos meten en unos furgones verdes pequeños. La sientan al lado mío y la escucho reír despacito dentro de su capucha. La pequeña micro de policía cargada de nosotros nos deja en la segunda comisaría de valparaíso. Cuando abren la puerta el policía que nos hace bajar se da cuenta que V es una mujer. La insulta diciéndole que es una chancha. A que está sentado a su lado se levanta y se pone a centímetros de la cara del policía. Le dice que si la toca él lo va a matar.
Terminamos en una pequeña jaula helada, con un banquillo de madera y el piso lleno de aserrín mojado. En las paredes habían dibujado nombres, ojos, corazones, genitales. La policía nos quedó mirando del otro lado de la malla de la jaula sin decirnos nada. Me quedé callado en un rincón, pero los cabros más cuáticos gritaban y se aferraban a las rejas. V y A están abrazados en el otro rincón de la jaula. El Frankenstein se saca un calcetín y lo rellena con una mascarilla, unos guantes y un poco de género. Hace una pequeña pelota y comienzan a jugar. Pasarían horas antes que nos soltaran. Todos los policías son iguales. Todas las jaulas se parecen.